martes, 31 de mayo de 2011

Cristo Crucificado de Zurbaran.

Cristo en la Cruz es un cuadro de Francisco de Zurbarán realizado en 1627. Fue una obra tan admirada por sus contemporáneos que el Consejo Municipal de Sevilla le propuso que se instalara en dicha ciudad en 1629.
En este cuadro la impresión de relieve es sorprendente: Cristo está clavado en una burda cruz de madera. El lienzo blanco, luminoso, que le ciñe la cintura, con su hábil drapeado ya de estilo barroco.

Pintado para la capilla oratorio de la sacristía del convento dominico de San Pablo en Sevilla, este Cristo es una de las primeras obras fechadas con precisión el conservamos de Zurbarán. Su admirable tratamiento de la luz y el volumen fueron muy apreciados en su tiempo, y Palomino, que lo celebra muy especialmente, dice que lo muestran cerrada la capilla (que tiene poca luz) y todos los que lo ven y no lo saben creen ser de escultura.
Es evidente que el pintor, al afrontar esta imagen, tuvo muy presentes las novedades del estilo caravaggiesco que eran ya conocidas y muy apreciadas en el ambiente sevillano desde algunos años antes. La intensidad de la luz dirigida, que incide violentamente desde la derecha, subraya los volúmenes con precisión y presta una intensísima verdad al cuerpo desnudo y al abultado año de pureza que se ciñe a la cintura en pliegues quebrados minuciosamente descritos.
Los pies, fuertes y ásperos, se fijan al supedáneo con unos gruesos clavos, y se presentan, juntos y paralelos, tal como recomendaba Francisco Pacheco y celebraba Francisco de Rioja, que veían en ello el retorno al o antiguo, frente a preferencia de otros con los pies superpuestos con un solo clavo con sobre el hombro derecho, en gesto patético de entrega a la muerte, alcanza un punto de sereno abandono, que contrasta con la expresión dolorosa y clamante de otras interpretaciones posteriores del crucificado del propio Zurbarán, el estado vivo.
En el Cristo de San Pablo el pintor ha conseguido una de las imágenes más fuertes y a la vez más serenas de toda su carrera, dañando a la vez su maestría en el tratamiento del claroscuro tenebrista que fue, en su tiempo la característica más elogiada de su producción.
Desaparece de la sacristía en 1810, durante la guerra de la Independencia, vuelve a aparecer en 1880 en manos de los Jesuitas de Canterbury y en 1951 en el Colegio de Jersey, pasa a propiedad privada en 1952 y en 1954 ingresa en el Art Institute de Chicago.